Cantar y oír (y no oír) cantar, y amar a las Sirenas
Fray Luis de León y León de Greiff desde Bogotá o del deseo a la cima del cielo
La escalera d la Universidad de Salamanca es, sobre todo, una escalera simbólica. Es decir, al igual que los ríos en la imagen medieval del mundo no solamente comunican un puerto con otro, sino que conectan con mundos diferentes, cada peldaño de esta estructura enlaza horizontes y niveles de distintos universos.
Primer tramo de la escalera
Peregrino
Eros Vencido y apresado
¿Cómo podrán recuperarse sus poderes y sensaciones que incitan o satisfacen placeres y deseos?
¿Oyendo a las sirenas o huyendo de ellas?
Tañedor de cornamusa

Sirena escondida


«La vela inclina,
que, del viento huyendo,
por los mares camina,
Ulises, de los griegos luz divina;
allega y da reposo
al inmortal cuidado, y entretanto
conocerás curioso
mil historias que canto,
que todo navegante hace otro tanto;
Todos de su camino
tuercen a nuestra voz y, satisfecho
con el cantar divino
el deseoso pecho,
a sus tierras se van con más provecho.
Que todo lo sabemos
cuanto contiene el suelo, y la reñida
guerra te cantaremos
de Troya, y su caída,
por Grecia y por los dioses destruida.»
Ansí falsa cantaba
ardiendo en crueldad; más él prudente
a la voz atajaba
el camino en su gente
con la aplicada cera suavemente.
Si a ti se presentare,
los ojos sabio cierra; firme atapa
la oreja, si llamare;
si prendiere la capa,
huye, que sólo aquel que huye escapa.
Las sirenas, efectivamente, habían hechizado a muchos viajeros con sus peines y sus espejos, esas imágenes del sol y de la luna que siempre llevaban estas irresistibles deidades de la lujuria y de la vanidad. Están incluidas en las búsquedas (experiencias) del conocimiento del mundo y de sus habitantes; siendo señas en las que se puede contemplar, ver y sentir, la revelación de un mundo más auténtico.

Sirena de doble cola
Es, simultáneamente, un ángel alado; lleva en su mano derecha una espada y en la izquierda una flecha que apunta hacia la tierra. Es un claro emblema de la ira divina, más, también, es una réplica infernal de la actitud clásica de adoración.
La sirena de doble cola, tiene una vieja tradición iconográfica; es símbolo del conocimiento y la cultura humanista, como se anuncia en la marca de varios impresores.
Hay algo que solamente está en la escalera de Salamanca y es esa doble representación, simultánea y contradictoria, de sirena y de ángel, pues, tiene pies humanos y alas angélicas.
Los pies implican unas piernas que no se ven, por la doble cola; son símbolos de la fuerza del alma y nos permiten andar el buen o mal camino; de tal forma que este simbolismo remite a la elección entre oír o no oír a las sirenas.
Si las oímos cantar, tal vez tengamos contacto con lugares desconocidos, alejándonos de la monotonía diaria, y procurando superar los límites impuestos por los imaginarios dominantes, para “poner al alcance de las manos” visiones más plenas del universo.
Oigamos cantar y amemos a las sirenas, irresistibles deidades de la lujuria y de la vanidad, también para establecer correspondencias entre deseos, sueños, problemas y esperanzas.


FANTASÍAS DE NUBES AL VIENTO
¡libre del leño y al deseo uncido!;
¿hay algo como oír a las Sirenas?
—Cantar y oír cantar, y amar a las Sirenas. . .
No ya como Odiseo
—bronco mar, sordo oído, pecho duro—
sino como amoroso chichisveo
—muelles salones, burlas, devaneo,
y amor sin leyes, sensüal y puro,
y si no amor, mejor que amor, deseo—:
No ya como Odiseo, al leño asido:
¿hay algo como amar a las Sirenas?
Con los abiertos ojos, como enigmas azules y grises,
ebrios de amor, atónitos de olvido!
Con los abiertos brazos —ambiciosas antenas
ávidas de las rosas rosas y de los lirios lises,
de los nácares blondos y las dalias morenas. . .!
—Cantar y oír cantar, y amar a las Sirenas. . .
Vayámos, sí, vayámos al ledo ritmo y lento
y fácil, y al azar de la deriva:
en su cárcel caduca, rumie prisiones el pensamiento:
¡en brazos de las émulas fugitivas del viento
divague mi delicia fugitiva!
—Cantar y oír cantar y amar a las Sirenas—:
¡súyo ser el amado, y amar a las Sirenas!
¿Hay algo como amar a las Sirenas,
no ya, como Odiseo, al leño asido,
—libre del leño, y al deseo uncido?
—Cantar y oír cantar, y amar a las Sirenas. . .
No asordínes tus ímpetus ni bajes el acento,
alma mía frenética y lasciva:
en su cárcel caduca rumie prisiones mi pensamiento:
¡en brazos de las émulas fugitivas del viento
divágue hacia el olvido mi nave a la deriva!

Según San Isidoro de Sevilla, el santo patrono de los filólogos y de internet, los monstruos no existen contra la naturaleza y el orden en general, sino que muestran, anuncian y predicen partes de la naturaleza que no conocemos y formas de orden también diferentes.