La tina/nave Aretusa de León de Greiff

Un artefacto entre la ficción y la realidad

Una noche, en algún lugar del barrio Santafé encontramos una tina abandonada. Era uno de los pocos objetos conservados de la que fuera la casa de León de Greiff. En la parte superior, manteniendo un raro equilibrio, había una caja de botellas del aguardiente que tanto le gustaba al maestro. Eso nos hizo sentir que, tal vez, él estaba por allí. Así que nos animamos a seguir buscando el tesoro de papeles, libros y discos que, según la leyenda urbana, podía estar guardado en ese sector.

Algunos meses después, quisimos contar en un videoarte la historia del hallazgo de ese artefacto, y de algunas cajas y costales. Así que alquilamos un parqueadero, construido en donde había estado la casa del poeta, ya derrumbada totalmente hacía muchos años.

El espacio lo necesitábamos vacío. Solamente con la tina. Era un lunes festivo de octubre del 2014 y hubo un problema: había un carro, dejado allí desde el viernes anterior. No podíamos tocarlo: su dueño podría estar desaparecido, emburundangado o muerto de la risa en alguna playa del Caribe.

Sin embargo, ese accidente fue afortunado: por la manera como se dispuso la iluminación sobre la tina, se había transformado en una nave, situada en una pirámide. También nos dijo el administrador del sitio que ese número 33 que resaltaba en las paredes, nunca antes lo había visto. Luego, leyendo y leyendo, encontré unas referencias de León de Greiff aludiendo a que para adentrarse en las Memorias y en el Diario (multi)tetradimensiopamidal de su mundo y de su vida, había que meterse en las pirámides. “Las tres clásicas pirámides egipcias -como era de presumirse-: y la pirámide mexicana de San Juan de Teotihuacan”, según escribe el poeta.

En muchas páginas figuran referencias a la nave aparecida esa noche, identificándola como la Nave Aretusa o Hiperetusa. Y en las narraciones hay una noticia dominante: Una y otra vez la Nao Hiperetusa  reposa de sus fatigas “en abrigada caleta…oculta entre manglares”.

Y esta situación se da cuando la Nao Hiperetusa anda mal de la carena y, entonces, hay que carenarla; es decir reparar o componer el casco de la nave, para que pueda volver a hacer sus fabulosos periplos. Y eso fue lo que comenzamos a hacer en el parqueadero del Barrio Santafé los artistas e investigadores lelos del siglo XXI: carenar la nave Aretusa.

Y el concepto para recomponer lo que está roto o estropeado nos los lo dio, literalmente, el propio León de Greiff , el 13 de mayo de 1960. Quiere tener bien dispuesto el ánimo para la grabación de sus poemas que va a hacer en la colección de la H.J.C.K. Y es así como se inventa una insólita correspondencia entre cuerpo y nave:

“Dispusimos prestarle tiempo al ánimo. Que el tiempo borre y barra y deje al ánimo libre de borra y barro, ceniza, polvo y hollín, pero que le conserve (eso sí) la pátina (y sin verdines). Desembarazado el ánimo de herrumbres y de rémoras, de conchas, caracolillos y de algas incorporáos a la obra muerta… (ya está casi en carena el ánimo bergantín, el bergante animoso, listo para el calafateo, la limpieza restauradora y el pintado de nuevo: para remozarlo, sí, al vejete. Ganas nos vienen, nos están viniendo, de rasurarlo al ras, pero bien al ras, casi hasta la escalpación, al ánimo vejancón, al velero –bergantín– paradójico. Paradojo”.

Y cuando, con esas indicaciones, estuvo lista, durante la noche más larga del año y a través de un disco de Schubert de la discoteca del poeta, la nave Aretusa hizo el viaje de invierno desde una pantalla de hielo en Korpilombolo, un pueblo del círculo Polar Ártico, en donde meditó 33 años el Gaspar de la Noche de León de Greiff.

Luego la Nave Aretusa fue limpiada y desinfectada en el Archivo de Bogotá; allí hizo parte de una exposición maravillosa. Y cuando hubo que sacarla de allá, bajo la amenaza de que sería ingresada al inventario del archivo, la llevamos a casa de una amiga en el barrio 20 de julio. Su tío, en ese momento, era escolta del fiscal Néstor Humberto Martínez. Cuando fueron a restaurar esa casa, o porque el señor escolta leyó algún cadáver exquisito de los que están en la tina, la Nave Aretusa se encaletó en el café Pushkin, de firmantes de la paz.

Ellos hacen un trabajo muy valioso de recuperación de nuestro patrimonio orgánico y de la seguridad alimentaria, con campesinos de varias regiones del país,  y como a los firmantes de la paz que no les han pegado un tiro en la cabeza los quieren matar de hambre o desanimando su alma, la alcaldía de la Candelaria los persigue en forma implacable, cerrando el café Pushkin un día sí y otro no.

Así que la estocada final ha sido subir a las patadas la nave HiperAretusa al platón de una camioneta de la Policía Nacional. Un triunfo más, y no el último, de la corrupción administrativa y del gran capital. Mucho nos entristeció este episodio, pues, los investigadores y artistas lelos del siglo XXI, cada vez que movemos la tina/nave para alguno de sus viajes, contratamos transportistas bogotanos que acarrean pianos o antigüedades, con uniformes, guantes montacargas y todo el cuidado, profesionalidad y respeto.

El «exitoso» operativo de la Alcaldía lo hizo un puñado de abogados y policías a quienes, seguramente, no los dejaba tranquilos esa media tonelada de magia, poesía y amor que «invadía el espacio público» en la calle de Las Mandolinas, como una emisaria de la vida y de la belleza en una ciudad condenada a revolcarse en la miseria y en la violencia, y que es mejor que siempre sea, como lo dijo José María Vargas Vila, la ciudad de las tres efes: fría, fea y fétida…

Así que nada de mitos, ni de leyendas ni de poesías, y menos de símbolos que nos motiven a mejores actos humanos y, sobre todo, a cantar y encarnar lo soñado, a aspirar al poema.

En el acta dejada por policías y abogados en el café Pushkin dice textualmente: “señores y señoras, no vengan aquí a darnos órdenes, a decirnos que leamos, que “escuchemos con los ojos”. Nada de eso. Así las cosas, esa tina, que ustedes en su locura dicen que es la nave HiperAretusa, queda incautada. De acuerdo con el artículo 5 millones 555.555 del código de policía que nos autoriza para apoderarnos arbitrariamente de lo que sea”.

Así que policías y abogados se llevan la Nave Aretusa y se la entregan a quienes están convirtiendo el separador y las aceras norte y sur de la calle 19 entre carreras séptima y octava, en un nuevo Cartucho para que la vendan y reciban los $400.000 que vale “esa tina” como hierro fundido.

Y, mientras tanto, el director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural no tiene nada que ver y, claro, a lo mejor, si tiene todo que ver: es un familiar muy cercano de quienes comenzaron la especulación inmobiliaria que destruyó a Bogotá.

Ya lo contamos en el relato digital La Casa Al Aire de León de Greiff:

En los años sesenta se decía que la primera en llegar a la luna no sería la NASA, sino los Ospina Pérez, que comenzarían a vender lotes, cuidados por doña Bertha con su ametralladora. Pero, bueno, eso fue después. (+) Aunque las ametralladoras que hoy hay en el Santafé, pueden tener su origen en aquellas.

Se decía, a finales de abril de 1948, que Dios había atendido los clamores de la Revista Proa,  por lo menos desde 1941, para que hubiera “un terremoto que arrasase con las edificaciones existentes para construir una nueva ciudad”. El nueve de abril es entonces “una gran oportunidad (de negocios) para ampliar la séptima”.

Bogotá no estaba muy destruida, sí se han producido incendios, (+) pero los grandes daños se han dado en sitios muy concretos. En la Candelaria se han afectado siete manzanas y dieciséis en Santa Fe, la mayoría de ellas con daños solo parciales. Hay dos figuras claves

en todo este proceso que son el presidente Mariano Ospina Pérez y Fernando Mazuera, ambos socios de empresas constructoras.

Y lo que pasaba con el tranvía, aclara un poco la situación: Los dueños de las empresas de buses estimulan a gente confusa y desordenada para que destruya el tranvía. Sin embargo, logra funcionar solamente hasta 1951, pues, “Fernando Mazuera había mandado a recubrir parte de las líneas con capa asfáltica de hasta diez centímetros”.

Y desde entonces las elites diciendo que hay que impedir que viva esa turba enfurecida que acabó con el tranvía y con Bogotá y con el país el 9 de abril de 1948, familiar muy cercana de los firmantes de la paz. Pero ¡mamola!, aquí ha imperado la anomía: ausencia de ley y mil y una situaciones derivadas de la carencia de normas sociales o de su degradación. 

Antes del 9 de abril por la radio se oían voces de expertos que sugerían priorizar los sistemas de transporte público y buscar en las ciudades la mejor manera de usar la infraestructura aprovechable para áreas de trabajo y el suelo destinado a la vivienda.

La historia la contaré después:

Con las noticias de como Aretusa , que no se dejó violar de Alceo, se sumergió en el río Bogotá, de ahí paso al río de la Magdalena, va sanando los dolores de esos pobladores,  llegará a la zona del círculo polar ártico, cargará en su nave la energía de las auroras boreales y, tal vez, una noche volverá a desencadenar esa energía,  la más pura que existe, en lo que quede, en lo que dejen los politiqueros, mafiosos, mercaderes y corruptos de este desierto prodigioso y prodigio del desierto, Santa Fue de Bogotá , en el Nuevo Reino de la Nada

Créditos

Autoría, investigación y textos: Hernando Cabarcas Antequera

Diseño y concepto creativo: Gabriel Benavides Bedoya

Fotografías: Augusto Pineda y Hernando Cabarcas Antequera

Equipo de Investigadores y artistas del proyecto Moxinifadas de Gaspar (travesía La Tina/Nave Aretusa): Juliana Castro, Laura Campo, Leyla Cárdenas, Andrés García La Rotta, Alexandra McCormick, Sebastián Martínez, Susana Mora, María Fernanda Moreno, Augusto Pineda, Daniel Rocha y Hernando Cabarcas Antequera.